sábado, 12 de septiembre de 2015

There was an Old pretentious man

Luis Mey. Hoy terminé de leer Diario de un librero. Lo empecé una semana atrás. Fue un libro leído de ratos, mayoritariamente en colectivo. Viajo poco. Son viajes cortos. Diez minutos, como mucho. La espera, a veces, es mayor.

El libro. No sé si decir que tiene un héroe. Supone ser un diario. A lo sumo, podría decir que hay una ficcionalización de autor. Sin embargo, siempre, siempre, podemos elegir. Prefiero decir que hay un héroe: el vendedor, el librero, el empleado de comercio.

Durante mi infancia tuve varios héroes. Sólo voy a mencionar a uno: Andrecito. Era el canillita de mi barrio. Bueno, uno de los tres. Era, en fin, el que nos vendía y nos reservaba los diarios. Para mí, también, era el tipo que lo sabía todo. Un día se fue a Italia. No volví a saber de él.

Alguna vez pensé que lo mejor que te podía pasar era ser canillita. Sos el primero en tener todos los diarios a tu disposición. Pasás gran parte de tu tiempo de laburo rodeado de libros, revistas, diarios en distintos idiomas. Seguro que Andrecito lo sabía todo porque se la pasaba leyendo. Eso pensaba. Me salvó de esa vocación el hecho de ser tímido, no querer lidiar con clientes, no querer saludar a mis vecinos.

El canillita tiene un laburo muy jodido. Horario, lluvia, clientes, todo le juega en contra. El librero tiene un laburo parecido, salvo que tiene más resguardos: paredes y techo. El librero también lo sabe todo. O, al menos, uno así lo idealiza.

Es feo cuando vas a una librería y notás que sabés más que el librero. Quizás no para los entendidos, pero sí para los iniciados como uno. Cuando vas a pedir un libro de Arlt y el tipo no sabé de quién le estás hablando. Entonces, pensás que lo pronunciaste mal, le repetís el título de la obra y le escribís el apellido. Y tampoco. Y, entonces, le pregunta a otro y ese sí sabe. No te sentís un iluminado, te decepcionás, ya no habrá un Andrecito en tu vida.

Insisto, es feo cuando te pasa eso. Tal vez sea esa la razón de que, leyendo Diario de un librero, muchas veces me haya identificado con el héroe. Cuando le preguntaban por el último libro de Ana Frank o Sinatra de Hesse y el librero trataba a sus clientes de estúpidos, ahí sentía que yo podría ser un buen librero o un excelente canillita. Yo podría haber sido como Andrecito. Pero no. Porque el librero también habla de otros muchos libros que yo no conozco, y de música, y de autores. Además, el librero sabe sobre traducciones y traductores, sabe cómo tratar a un buen cliente y se anima a invitar a la puerta a los cobardes.

Yo soy un fanfarrón. Con el puñado de libros que he leído me creo mejor que esos otros clientes que, en definitiva, me representa. Soy un cobarde, también, porque creo que todos los empleados de comercio tienen que haber nacido libreros y, además, porque nunca me atreví a laburar en una librería.

Leo Diario de un librero y pienso en "Los cien mejores chistes de abogados", "Cien chistes sobre hombres" o cualquier otro libro similar. Entrada tras entrada, chiste tras chiste, pienso que el  libro se extendió más de lo que debería.

Llego al final. El librero va a una verdulería y se deja ver vulnerable. No sería la primera vez, pero la última imagen importa mucho. Ese será el último recuerdo que tenga de él. No se retira como un campeón. Se retira mostrando sus fallas. El librero no es Andrecito.Yo no me parezco al librero. Yo soy el cliente que va al cine y pide entradas de las películas que figuran agotadas o que va a la verdulería y pregunta lo obvio.


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