martes, 20 de diciembre de 2011

Segunda entrada

Me pide que le cuente un cuento, siempre me pide que le cuente un cuento y yo no la conformo. No sé contar cuentos, nunca me aprendí las fórmulas básicas del "había una vez". A veces me pide que le cuente un sueño, alguno que recuerde. Y la verdad es que nunca recuerdo mis sueños —ella dice que siempre soñamos. Una vez empecé a contarle un cuento, no era bueno y nunca lo concluí, decía más o menos así:

Había una vez un hombre frente a un plato de sopa fría. La sopa era verde y parecía eterna. Como el mármol que cubre las urnas que contienen los cuerpos en un cementerio. El hombre pensaba que si se sacara una foto, podría decirle al mundo, con una imagen, lo que era la tristeza. Pero estaba comiendo. O eso creía. Nunca supo si tomar o comer sopa. Nunca supo si el helado se come o se toma o se chupa. Su vida era la indecisión. Pero esta vez estaba seguro. No tenía dinero como para sacarse una foto. Además, las ventanas estaban bajas y, por ende, había poca luz. Una foto es el contraste, el juego, de la luz y de la sombra. Y en ese momento su vida era sólo sombra. Sombra y sopa. Inmutable y verde. Afuera, lo sabía, la gente miraba al mundo con ojos de poetas. Buscaban palabras serías para decir las cosas más comunes.

Luego se lo paso a una compañera que me insta a terminarlo. La "cosa" quedó así:

Había una vez un hombre frente a un plato de sopa fría. La sopa era verde y parecía eterna. Como el mármol que cubre las urnas que contienen los cuerpos en un cementerio. El hombre pensaba que si se sacara una foto, podría decirle al mundo, con una imagen, lo que era la tristeza. Pero estaba comiendo. O eso creía. Nunca supo si tomar o comer sopa. Su vida era la indecisión. Pero esta vez estaba seguro. No tenía dinero como para sacarse una foto. Además, las ventanas estaban bajas y, por ende, había poca luz. Una foto es el contraste, el juego, de la luz y de la sombra. Y en ese momento su vida era sólo sobra. Sombra y sopa. Inmutable y verde.

Afuera, lo sabía, la gente miraba al mundo con ojos de poetas. Buscaban palabras serías para decir las cosas más comunes. Esa gente vive como asaltada por trocitos de esperanza. Debajo del trajín y sufrimiento diario, imaginan que con el tiempo harán algo más que morir.

Él también busca algo y por eso seguía vivo. Por eso se alimentaba con esa sopa fría. Verde. Inmóvil. Ese plato era su única compañía. ¿Qué buscaba? No lo sabía. Hay cosas que se encuentran de tanto buscarlas, pero que nunca intuimos.

Así, con la mirada en la sopa, el hombre imagina una compañía: una mujer, al otro lado de la ciudad, desnuda, en su departamento, leyendo una bolsa de pan lactal. Sabe que no es particularmente bonita. Pero la sueña: le dan asco las cucarachas y es un desastre con la limpieza. No fuma, pero le encanta el incienso y, a las nueve de la mañana, raramente está despierta.

Finalmente, termino publicándolo en un blog con otro final, con otro nombre.

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Hoy 9 de junio volví a leerlo y lo escribí de nuevo. Este cuento me gusta. Sólo que no me parece un cuento y tampoco sé lo que es.

Había una vez un hombre frente a un plato de sopa fría. La sopa era verde y parecía eterna. Como el mármol que cubre las urnas que contienen los cuerpos en un cementerio. El hombre pensaba que si se sacara una foto, podría decirle al mundo, con una imagen, lo que era la tristeza. Pero estaba comiendo. O eso creía. Nunca supo si tomar o comer sopa. Su vida era la indecisión. Pero esta vez estaba seguro. No tenía dinero como para sacarse una foto. Además, las ventanas estaban bajas y, por ende, había poca luz. Una foto es el contraste, el juego, de la luz y de la sombra. Y en ese momento su vida era sólo sombra. Sombra y sopa. Inmutable y verde.

Afuera, lo sabía, la gente miraba al mundo con ojos de poetas. Buscaban palabras serías para decir las cosas más comunes. Esa gente vive como asaltada por trocitos de esperanza. Debajo del trajín y sufrimiento diario, imaginan que con el tiempo harán algo más que morir.

Él también buscaba algo y por eso siguía vivo. Por eso se alimentaba con esa sopa fría. Verde. Inmóvil. Ese plato era su única compañía. ¿Qué buscaba? No lo sabía. Hay cosas que se encuentran de tanto buscarlas, pero que nunca intuimos.

Volvió a posar su mirada sobre la sopa o sobre el plato de sopa o sobre la mesa en la que se apoya el plato de sopa —lo cierto es que agachó la cabeza y parecía tener los ojos abiertos, parecía mirar algo. Pensó que el tiempo se dilata, el presente ya no es continuo sino perpetuo. La sopa sigue verde y fría.

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